ODA INCONCLUSA AL ARBITRAJE EN LOS CONFLICTOS MARÍTIMOS
20 de agosto de 2024

Jose Maria Alcantara Gonzalez
Experto en Derecho Marítimo y en cargos de liderazgo en entidades marítimas a nivel mundial. Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid
Hace 42 años que chapoteo en las reclamaciones marítimas ondeando la banderola del Arbitraje, como señuelo de paz solucionada frente a las batallas atrincheradas de los procesos judiciales. Aún proclamo que hay que huir de la epidémica pandemia de la Justicia pública y encomendarse a diablos conocidos, sabedores de que el tiempo es dinero. Se hicieron los caminos y se fabricó la llave, la cláusula arbitral, para entrar en la Disneylandia del sistema de dirimencia voluntaria. Los británicos, que perdieron la flota mercante, se apoderaron del cántaro de leche del Arbitraje, y desde un club de reconvertidos marineros en tierra: la London Maritime Arbitration Association (LMAA), coparon el 83% de las contiendas arbitrales, que, sumando Singapur, Hong Kong y USA, dibuja un 92% de parque temático anglosajón.
Gracias a la Ley Modelo UNCITRAL y a los nacionalismos de EurAsia, el resto es el oasis internacional. El Arbitraje Marítimo había de ser experto, pero no tan así pro-naviero; prometía ser breve, y los casos se eternizaron a un ritmo de 500 libras por hora de abogado y de 360 por árbitro, arruinando al más osado en el sendero hacia el laudo. Iba a ser una solución completa y definitiva, pero se dio vía a la apelación, a los incidentes y a los arbitrajes multiparte, amén de las agendas arbitrales para las vistas probatorias; el premio del laudo iba a ser ejecutorio y eficaz, aunque no se había pensado en el reconocimiento transfronterizo y en el aseguramiento del pago; soñábamos, en fin, en un método internacional bueno, bonito y barato para el bien común del comercio marítimo. En parte fue logrado el sueño. En parte pequeña, porque lo que se formó fue una reserva anglosajona, elitista, judicializada y compleja ad procesum, muy costosa y con frecuencia privada del sentido común, que no dio paso a una jurisprudencia que nos liberase de las interpretaciones y precedentes judiciales.
Es preciso, pues, nadar fuera de las aguas cenagosas del Arbitraje de los Derechos Marítimos, cuanto se dispongan en función de la ley aplicable. E intentar la Mediación y la Conciliación Marítimas, pagando 3000 USD al día y llevando a las partes a una solución amistosa. Lo que sostengo puede y debe hacerse desde el Arbitraje por buenos árbitros que hagan de la solución una ética preferible a la razón jurídica.
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